En los últimos tiempos, hemos escuchado más hablar sobre la nube, en relación a la tecnología, que durante cualquiera de las tormentas más fuertes que nos haya tocado vivir.

»La nube» se ha transformado en un lugar común de encuentro, que nadie conoce bien dónde está y al que, por supuesto, es mucho más difícil de llegar. Sin embargo, más allá del marketing y el impulso que le ha dado al término, la nube existe desde hace muchos años: la usamos y la experimentamos a diario, por ejemplo, a través de los correos electrónicos.

Vamos a tratar de hacerlo simple. Pensemos en una computadora hogareña, donde están instalados programas y guardamos una gran cantidad de archivos como: fotos, videos, música y textos. Además de esta información, utilizamos diversos programas de edición y periféricos (cámaras, micrófonos y celulares, entre otros). Toda esto lo almacenamos en nuestra computadora, dentro de nuestro living, en el interior de nuestra casa. Hasta ahí todo bien, pero hay que saber que esto está cambiando.

Hoy en día todos esos archivos de almacenamiento, estas aplicaciones y nuestro entorno informático se encuentra en un lugar externo a nosotros, en algún servidor en internet disponible en todo momento. Ese espacio es de fácil acceso desde cualquier dispositivo y se pueden usar muchos programas, sin necesidad de tenerlos instalados en nuestra computadora, tableta o celular. De esta manera nuestros ordenadores y dispositivos son nexos entre la nube (archivos) y nosotros, lo cual plantea ventajas y desventajas a analizar en profundidad.

Supongamos de modo práctico que nos suscribimos a cualquier servicio de almacenamiento en la nube disponible (Dropbox, Google Drive, Megabox, etc.), donde tendremos una determinada cantidad de espacio a utilizar y podremos conectar todos nuestros dispositivos. Entonces instalamos el servicio en nuestra computadora de escritorio en el hogar y en la oficina, también descargamos la aplicación para el celular y tableta. Podemos, además, conectar las fotos tomadas desde el teléfono y sincronizar nuestra agenda de contactos, por mencionar sólo algunas acciones.

Una vez hecho eso —de una manera muy simple e intuitiva— generamos un espacio común de intersección (como esos diagramas rayados que dibujaba con tiza mi maestra en la escuela), donde podemos compartir, entre todos nuestros dispositivos, la información que deseemos. Por ejemplo, si vamos caminando por la calle, sacamos una foto, se sube a la nube y se descarga en nuestra computadora o tableta. O si en la oficina, a la hora de irse a casa, guardamos el archivo Word con el que estamos trabajando, podremos leerlo en el viaje de vuelta desde el celular. De igual forma, se guardará en el escritorio del ordenador, de modo que cuando lleguemos a casa vamos a poder continuar con el trabajo sobre el mismo archivo.

El almacenamiento es uno de los usos que podemos dar a este servicio. No obstante, en todos los casos se utilizan programas online sin necesidad de tenerlos instalados en la computadora. Hoy es muy común poder editar un archivo desde cualquier dispositivo sin tener que instalar el programa en una computadora. Esto pasa con muchos sistemas que han migrado su dinámica de negocio de venta de software a renta, cobrando por el uso del programa de manera online.

Entonces, cuando hablamos de la nube, en realidad estamos hablando de un servidor (una computadora grande y estable) en algún lugar del mundo, que tiene un espacio disponible para todos, con el que podemos interactuar desde todos los dispositivos en todo momento, teniendo tan solo una conexión a internet.

Mientras escribo esta nota en mi iPad (sincronizado con el servicio de Google Apps) no pienso en que mi archivo pueda perderse. Cada letra, cada palabra que escribo se está guardando en la nube y en mi tableta, y aunque se me rompa o me la roben, los datos ya están guardados antes de pagar la cuenta. En este sentido, no hay dudas que la nube llegó para traernos seguridad y tranquilidad.