8 septiembre, 2021 - Paulo Lucia

Día: 8 septiembre, 2021

TECNOLOGÍA: PODEMOS HACER MIL COSAS… PERO, ¿HACEMOS ALGO?

Lo primero que debemos definir son nuestros objetivos: qué queremos comunicar, cómo lo vamos a hacer y a quién queremos que llegue nuestro mensaje.

Los tiempos modernos (me siento viejo a los 45 años diciendo esto), traen consigo un gran desarrollo tecnológico. Todos somos conscientes de esto. A menudo, recibimos gran cantidad de información sobre cientos de avances aplicados a la salud, al bienestar, a las comunicaciones, a la educación, a la cultura, etc.

Generalmente, nos sobrepasan las nuevas noticias de cosas que ni siquiera imaginábamos posibles hace algunos años. Casi sin darnos cuenta, estos descubrimientos se impusieron en nuestra vida y forman parte de nuestra cotidianidad.

Leía en un informe de INDEC que, en el cuarto trimestre de 2020, se registró que el 63,8% de los hogares urbanos tiene acceso a computadora y el 90%, a Internet. Además, los datos muestran que, en la Argentina, 88 de cada 100 personas emplean teléfono celular y 85 de cada 100 utilizan Internet. Esto indica que somos millones de personas las que estamos conectadas, geolocalizadas, interactuando entre sí a través de redes sociales, diversas plataformas y aplicaciones interactivas.

Sin dudas, asombra cómo cualquiera de esos «celulares» es muchísimas veces más potente y funcional que la primera computadora que me compré a los 16 años. Y, si de tecnología se trata, podríamos contrariar a Gardel y afirmar que 20 años es muchísimo.

De modo que, es necesario hacer un análisis del uso de estas plataformas y computadoras portátiles, en pos de nuestro beneficio y con el fin de potenciar nuestra comunicación empresarial. Para esto es preciso considerar algunos detalles.

Lo primero que debemos definir son nuestros objetivos: qué queremos comunicar, de qué forma lo vamos a hacer y a quién tenemos que llegar con nuestro mensaje. Estas simples preguntas nos van a delimitar la selección de los elementos de nuestro circuito de comunicación, y así poder enfocar la energía y los recursos para mantenerlos y potenciarlos.

Cabe destacar que, no debemos usar toda la tecnología y estar en todos lados, sin antes hacer un análisis preciso que así lo determine.

En el caso cotidiano de nuestro trabajo, donde pymes, emprendedores, comercios y profesionales nos piden la asesoría para pensar e implementar estos canales de comunicación, tratamos de que la tecnología dé soporte a lo que tradicionalmente hacen todos los días, sin agregar actividades extras que sobrecarguen la estructura de la empresa o proyecto.

Una de las preguntas de nuestro formulario de alta del cliente es: Su actividad empresarial, ¿puede generar contenidos para su web (textos, fotos, videos)? La respuesta a esta consulta nos va a dar una pauta muy importante en la selección de tecnología y plataformas a instalarle, como por ejemplo, redes sociales. Debemos lograr que el cliente no se frustre en la experiencia tecnológica y que esta esté en función de sus objetivos y visión, de lo contrario nuestro plan fracasará.

No digo con esto que alcanzará para cerrar un perfecto circuito de comunicación, sino que lograremos que el cliente entre al mundo 2.0 haciendo lo que siempre hace, lo que da sentido a su empresa/proyecto utilizando la tecnología para dar soporte y potenciar su identidad, y así se podrá amigar con este nuevo mundo desconocido.

Para todos nosotros es muy difícil entender la tecnología en sí misma, en realidad tampoco la debemos entender así, sino en función de la utilidad, el modo en que aplicamos las herramientas y la función que cumplen, hacen la diferencia, ya que de esa manera le podemos dar constancia a nuestro plan de comunicación.

En este sentido, para muchas personas, es bastante complejo entender Twitter. Ahora bien, si armamos un circuito de comunicación donde nos interese contarle a nuestro público el estado del tiempo en nuestro establecimiento (por ejemplo, un restaurante de campo), podremos sacar una foto con el celular, ponerle un título y apretar un botón para generar contenido y publicarlo en las redes sociales y en la página web. De esta manera, con una simple acción, estamos logrando dinamizar nuestra comunicación, brindando contención e información a nuestros clientes.

Pero para esto debemos pensar cuál es la herramienta adecuada, en función de lo que queremos expresar y de cómo nuestros clientes podrían interactuar.

Aquí está exactamente el nudo de la cuestión: hay miles de plataformas, mucha tecnología a nuestra disposición, diversas formas de disponerlas para crear canales de comunicación con nuestros clientes. Podemos hacer de todo en cualquier momento y lugar. Podemos hacer mil cosas creativas y sorprendentes… pero, ¿hacemos algo? Y si lo hacemos, ¿cómo lo aplicamos?

 

EN LA NUBE, CON LOS PIES EN LA TIERRA

En los últimos tiempos, hemos escuchado más hablar sobre la nube, en relación a la tecnología, que durante cualquiera de las tormentas más fuertes que nos haya tocado vivir.

»La nube» se ha transformado en un lugar común de encuentro, que nadie conoce bien dónde está y al que, por supuesto, es mucho más difícil de llegar. Sin embargo, más allá del marketing y el impulso que le ha dado al término, la nube existe desde hace muchos años: la usamos y la experimentamos a diario, por ejemplo, a través de los correos electrónicos.

Vamos a tratar de hacerlo simple. Pensemos en una computadora hogareña, donde están instalados programas y guardamos una gran cantidad de archivos como: fotos, videos, música y textos. Además de esta información, utilizamos diversos programas de edición y periféricos (cámaras, micrófonos y celulares, entre otros). Toda esto lo almacenamos en nuestra computadora, dentro de nuestro living, en el interior de nuestra casa. Hasta ahí todo bien, pero hay que saber que esto está cambiando.

Hoy en día todos esos archivos de almacenamiento, estas aplicaciones y nuestro entorno informático se encuentra en un lugar externo a nosotros, en algún servidor en internet disponible en todo momento. Ese espacio es de fácil acceso desde cualquier dispositivo y se pueden usar muchos programas, sin necesidad de tenerlos instalados en nuestra computadora, tableta o celular. De esta manera nuestros ordenadores y dispositivos son nexos entre la nube (archivos) y nosotros, lo cual plantea ventajas y desventajas a analizar en profundidad.

Supongamos de modo práctico que nos suscribimos a cualquier servicio de almacenamiento en la nube disponible (Dropbox, Google Drive, Megabox, etc.), donde tendremos una determinada cantidad de espacio a utilizar y podremos conectar todos nuestros dispositivos. Entonces instalamos el servicio en nuestra computadora de escritorio en el hogar y en la oficina, también descargamos la aplicación para el celular y tableta. Podemos, además, conectar las fotos tomadas desde el teléfono y sincronizar nuestra agenda de contactos, por mencionar sólo algunas acciones.

Una vez hecho eso —de una manera muy simple e intuitiva— generamos un espacio común de intersección (como esos diagramas rayados que dibujaba con tiza mi maestra en la escuela), donde podemos compartir, entre todos nuestros dispositivos, la información que deseemos. Por ejemplo, si vamos caminando por la calle, sacamos una foto, se sube a la nube y se descarga en nuestra computadora o tableta. O si en la oficina, a la hora de irse a casa, guardamos el archivo Word con el que estamos trabajando, podremos leerlo en el viaje de vuelta desde el celular. De igual forma, se guardará en el escritorio del ordenador, de modo que cuando lleguemos a casa vamos a poder continuar con el trabajo sobre el mismo archivo.

El almacenamiento es uno de los usos que podemos dar a este servicio. No obstante, en todos los casos se utilizan programas online sin necesidad de tenerlos instalados en la computadora. Hoy es muy común poder editar un archivo desde cualquier dispositivo sin tener que instalar el programa en una computadora. Esto pasa con muchos sistemas que han migrado su dinámica de negocio de venta de software a renta, cobrando por el uso del programa de manera online.

Entonces, cuando hablamos de la nube, en realidad estamos hablando de un servidor (una computadora grande y estable) en algún lugar del mundo, que tiene un espacio disponible para todos, con el que podemos interactuar desde todos los dispositivos en todo momento, teniendo tan solo una conexión a internet.

Mientras escribo esta nota en mi iPad (sincronizado con el servicio de Google Apps) no pienso en que mi archivo pueda perderse. Cada letra, cada palabra que escribo se está guardando en la nube y en mi tableta, y aunque se me rompa o me la roben, los datos ya están guardados antes de pagar la cuenta. En este sentido, no hay dudas que la nube llegó para traernos seguridad y tranquilidad.

¿TENEMOS SITIOS O FOLLETOS WEB?

Es importante ofrecer a los clientes, sitios web que ellos mismos puedan administrar y actualizar.

Hay varias razones técnicas que justifican el porqué un sitio web debe poder ser administrado por el cliente. Sin embargo, aquí nos vamos a concentrar, únicamente, en la herramienta en sí misma, o sea su función. Muchas veces me encuentro con nuevos clientes con la misma problemática: la actualización de página online.

Hace ya unos cuantos años que me dedico a brindar soluciones de sitios, aplicados a circuitos de comunicación para clientes que quieran establecer sus estrategias a través de Internet, actualmente del 2.0, pero he estado en el 1.0 y estaré en el 3.0.

Si planteamos un caso hipotético de una empresa, profesional, institución o emprendedor que necesita armar una website para tener presencia en la red, lo que deberíamos hacer, es saber cuál es el objetivo del sitio, qué contenidos se deben incluir, qué tipo y cantidad de información puede generar el cliente sin agregar funciones extras, qué experiencia tiene en la red y cómo se imagina su nueva web.

Una vez definidas estas variables, estamos dispuestos a hacer un esbozo estructural de los contenidos y aplicar a cada sector la función necesaria, para que comunique e interactúe con el público y así transformar el sitio web en una herramienta en función del propósito del cliente. Con la estructura definida, sólo resta aplicar un diseño específico para que esa plataforma quede alineada con la identidad del cliente. Luego, se procede a cargar todos los textos e imágenes. Por fin, el sitio está listo para salir al mundo, y el cliente ya tiene una web funcional y acorde a su estrategia.

Desde el principio, todo cliente tiene la posibilidad de medir qué va pasando con su sitio: qué opina el público, qué contenido es el preferido, cómo interactúa con la web y cómo funcionan las redes sociales. Es decir, puede medir cuando quiera, los resultados. Eso permite conocer los intereses y gustos del público, según las diferentes categorías establecidas en la página.

En este sentido, si bien el sitio tenía un objetivo establecido, gracias a las mediciones, se puede descubrir que hay contenidos que no deberían tener tanta prioridad y otros, que el cliente sí le interesaría destacar, para poder satisfacer los intereses de nuevos visitantes.

Para ejemplificar lo anteriormente dicho, una de las cuestiones que se puede observar es si los visitantes se interesan por las fotos de las galerías de imágenes. En caso de ser positivo, se decide agregar más imágenes actualizadas para que la gente pueda percibir las novedades del sitio. Además, se pueden analizar los comentarios sobre algún servicio en particular, por lo que entonces se adicionarán contenidos basados en las preguntas planteadas, para brindar una explicación más clara y desarrollada, con el fin de evitar confusiones y resolver dudas. Por último, si se quisiera agregar un video de YouTube que ilustre el concepto que se muestra en el sitio, por supuesto que se puede hacer.

En resumen, los resultados obtenidos hacen que el cliente se permita repensar y por consiguiente, mejorar su website. En este sentido, realiza cambios sobre algunos lineamientos previos y —después de unos meses de trabajo de comunicación y difusión—le imprime una fuerza nueva y una dinámica propia para esta nueva etapa. Entonces nos sienta en su máquina, entra al sitio y se pregunta: y ahora… ¿quién podrá ayudarme?

Esta problemática tiene dos finales posibles:

  1. Le pide al diseñador que le cotice los cambios, que le pase un presupuesto donde indique el tiempo que tardará en aplicarlos y que puedan verse online.
  2. Ingresa en el administrador de su sitio con su usuario y contraseña, y empieza a hacer los cambios a punta de clicks, moviendo notas, agregando fotos, tipeando los contenidos que quiera ampliar como si estuviera escribiendo en un archivo de texto. Con un click elimina los destacados que hay en la página de inicio y con dos clicks destaca los contenidos nuevos.

La segunda opción es la más aceptable para mi gusto, y es lo que siempre recomiendo. Y esto es porque el sitio web es un elemento central en el circuito de comunicación de toda organización, ya que permite medir qué pasa, descubrir a los clientes y por lo tanto saber qué se está haciendo bien y qué no. Por lo tanto, un sitio estático que no permite las modificaciones necesarias en el momento justo, no sirve.

Las ideas, los proyectos, los negocios, los profesionales y todo lo que somos es dinámico, se transforma, ya que nos vamos nutriendo de la experiencia y los errores. Un sitio que no pueda adaptarse a los objetivos y necesidades coyunturales del cliente, no es funcional, no es una herramienta útil, y si no sirve se deja de usar perdiendo todo su potencial comunicacional. En conclusión, una web debe ser una herramienta que acompañe al cliente en lo que quiera decir, cómo lo quiera decir y, por supuesto, cuándo él lo necesite.